Columna: Carolina Saavedra
Una serie de estudios determinan que las mujeres presentan sentimientos de culpabilidad en mayor intensidad y frecuencia que los hombres y aunque no es algo biológico o propio del género no es tan irrisorio pensar que si venimos de una cultura patriarcal, y religiosa donde la culpa y la penitencia han sido inculcadas, y en la cual se ha castigado a la mujer a través de los siglos, por mencionar solamente la quema de brujas, haya arraigado una huella tan profunda que se ha transmitido silenciosamente generación tras generación transformando la culpa en un poderoso mecanismo de control.
Desde mi punto de vista aprendimos a sentirnos culpables día tras día, sigilosamente desde la infancia y nos dejamos arrastrar por la sociedad, por patrones repetidos, por la necesidad de cumplir roles y alcanzar un ideal sin hacernos cargo de nuestra propia vida, quizás de una forma enfermiza e inconsciente que solo nos lleva al sufrimiento.
Es tan amplio el espectro de la culpa que podemos mencionar, por un lado, las mujeres que deciden ser madres y en el otro extremo las que deciden no serlo. En ambos casos el factor común es la culpabilidad. Cuando tenemos hijos nos lanzamos a un juego sin fin de culpas, si se enferman, si nos equivocamos, si perdemos la paciencia, si no podemos pasar tanto tiempo con ellos.
Pero si decidimos no tenerlos nos enfrentamos a la presión de una sociedad que espera que cumplamos un rol, nos lleva a caer en la misma trampa de la culpa, somos egoístas, solo pensamos en nosotras y esto aumenta cuando muchas de estas críticas provienen de nuestro entorno más cercano. Sentimos culpa por no cumplir, por enfocarnos en nuestras carreras profesionales, por trabajar en nuestras metas personales o simplemente por no querer encajar en el estereotipo femenino impuesto.
Las mujeres nos sentimos culpables si salimos a trabajar, pero también si decidimos quedarnos en casa, sentimos culpa de nuestros deseos y si no respondemos a lo que esperan de nosotras. si nuestro estado físico no es el esperado por la sociedad, si no somos una pareja comprensiva, una hija preocupada, una buena amiga, si un día queremos gritar, llorar, si estamos cansadas o si solo buscamos un tiempo a solas, la culpa por no hacer lo suficiente, porque queremos dar más y no podemos.
Asimismo, el alto grado de autoinculpación en mujeres que sufren maltrato por parte de sus parejas nos muestra como caemos en esta trampa, o la culpa por una forma de vestir o si salimos solas de noche y nos pasa algo. Hoy estamos sintiendo culpa solo por ser mujeres y lo que es peor, terminamos sintiendo culpa de tener culpa y no poder controlarla.
Es importante aclarar que, aunque muchas mujeres hemos pasado por alguna de estas emociones culposas, nos podemos quedar atrapadas. La culpa no es otra cosa que una manifestación emocional del ego y el primer paso es reconocerlo porque es una de las emociones más destructivas.
El ego nos castiga y nos culpa intentando disminuir nuestra esencia, lo que cada una somos en verdad y esta expresión nos mantiene en constante sufrimiento, pero si algo nos hizo sentido o resuena en nuestro interior debemos dar el primer paso para liberarnos cambiando nuestro vocabulario y borrar la palabra culpa, debemos estar más atentas a cuando la utilizamos y reemplacémosla.
Es preferible ser responsable de algo, porque en ese caso podemos hacernos cargo. Las palabras tienen mucho poder y van creando nuestras realidades. Comencemos a ser responsable solo de nuestras acciones, no podemos hacernos cargos de las culpas y expectativas ajenas, dejemos de pensar en el pasado, porque no somos nuestro pasado, no lo podemos cambiar y comencemos a enfocarnos en el presente y en lo que hoy podemos hacer.
Todo en la vida es experiencia y aprendizaje, así podemos dar el primer paso abandonando creencias adoptadas que no nos pertenecen y comencemos a vivir una vida más plena tomando consciencia.