Columna: Carolina Saavedra
Si observamos nuestro entorno podremos apreciar la diversidad existente en todas las personas que nos rodean. No solamente estoy hablando de raza, género, etnia o cultura, sino que cada individuo en sí mismo es dueño de experiencias, historias, dolores, alegrías y aprendizajes que van construyendo su propia vida y realidad.
En estos últimos años, gracias a mi hija Agustina, que tiene autismo, pude descubrir la riqueza existente en la diversidad, porque también existen diferencias en como organizamos nuestro cerebro, formas de pensar y comportarse, habilidades diferentes y procesamiento sensorial del mundo que nos rodea.
A sí mismo, cada mujer y hombre tiene habilidades únicas y diferentes que se complementan y potencian al convivir y trabajar con otros.
Quizás no estamos conscientes de cuántas veces tratamos que nuestra opinión supere la del otro, de competir por quién tiene la razón o por quién es mejor en determinada tarea o actividad, lo que se justifica en una sociedad altamente competitiva en la cual estamos insertos, dónde no valoramos lo maravilloso de la diversidad y del trabajo colaborativo, desperdiciando la posibilidad de trabajar en conjunto para obtener mejores resultados que a la vez beneficien a más personas en vez de solo a un individuo.
¿Qué sería de los equipos de trabajo creativos si todos pensaran y actuaran igual? Las personas con formación profesional y disciplinas distintas pueden formar equipos de trabajo mucho más productivos que se complementan. Además, actualmente se necesitan profesionales que tengan la competencia para trabajar en equipo, aumentando la comunicación, flexibilidad, creatividad y la capacidad de sacar lo de mejor de cada integrante del equipo, acción muy importante también en el liderazgo. Es por esto, que hoy el mundo de la educación integra estas competencias en sus mallas y en la confección de asignaturas o contenidos de estas. Hay una gran oportunidad si somos capaces de considerar el impacto del desarrollo de estas competencias en términos de aprendizaje desde el aula, ya que esto ayudará la formación de actitudes como la empatía y aceptación de la diversidad desde edades tempranas.
Es cierto que todos somos diferentes, de una u otra forma, pero nos ha costado encontrar en la diversidad elementos de fuerza en vez de competencia. Si en vez de competir tomáramos lo mejor del otro, le sumamos lo mejor de uno y lo colocamos en una juguera, de seguro construiríamos un mejor lugar para todos.
Es en este punto cuando veo lo evidente. Cada persona tiene algo que aportar, pero depende de cada uno, si somos capaces de aprovechar este regalo. Esto me lleva a pensar en las personas en situación de discapacidad y lo que pasaría, si como sociedad fuéramos capaces de ver más allá y consideráramos lo que estas personas tienen para entregar. Si nos sacamos la venda y comenzamos a observar y escuchar desde la inclusión, podríamos activar este sector potenciando el autoempleo, formando emprendedores con capacidades diferentes. Ni superiores ni inferiores, solo capacidades distintas. Se imaginan qué pasaría si la inclusión se hace presente y nos damos la oportunidad de descubrir en estas diferencias nuevos aportes, ideas y proyectos que nos hagan ser un mejor país.
La sociedad tiene que trabajar la diversidad y la inclusión de manera conjunta, reconociendo el valor de cada ser como persona única. Me gustaría que Agustina como tantos otros niños cuando crezcan, desde sus diferencias, puedan entregar lo mejor de sí a una sociedad que esté dispuesta a recibir y aprovechar sus aportes desde sus habilidades y destrezas únicas.
Uno de los principales desafíos de las políticas públicas será analizar cómo se está gestionando hoy la diversidad, y qué medidas se implementarán para apoyar la inclusión e integración desde la infancia, entregando herramientas que potencien una mentalidad emprendedora. Para que la innovación en el futuro rompa con todos los esquemas debemos incluir tanto lo interdisciplinar de los equipos, como la diversidad en todas sus formas.